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viernes, 9 de julio de 2010

El ligue



Por Iván Vallado Fajardo

*Nota: Iván es un ex alumno de la Modelo que estudió la prepa al final de los setentas. En su relato nos cuenta cómo se relacionaban los chicos de su edad, cuando la Modelo era sólo de varones.

Después de que lo leas, opina ¿crees que haya cambiado mucho “el ligue” en la actualidad?


* * * * *

La conocía desde hacía mucho tiempo. Fui compañero de su hermano en un equipo de futbol de la colonia en que vivíamos. En una ocasión en que varios del equipo fuimos a su casa, la vi. Esa vez ella no despertó en mí mucha importancia. No tuve mucho interés, no la veía como algo conveniente. Sin embargo, recuerdo que la miré con sigilo algunos momentos en que nadie me veía. La observé de la misma forma en que lo hacía con cualquier chica bonita que estuviera al alcance de mi vista.




En esa época vivía imbuido en el futbol, centro sobre el cual giraba todo el Universo. Lo demás era plenamente secundario. El resto del tiempo libre era para jugar alguna otra cosa, ver mucho la televisión, platicar con los cuates, dormir, etc.

Años más tarde me la encontré en varias ocasiones. Nos saludábamos con cierta frialdad e indiferencia. No con la indiferencia suficiente para empezar a darme cuenta que ella se había convertido en una hermosa jovencita de unos dieciséis años. Y yo ya era un apuesto joven de dieciocho. No estaba mal- me dije. La diferencia ideal. Haríamos buena pareja. Primer punto a nuestro favor. Nos convenía.

Algún tiempo después tuve la suerte de encontrármela en una fiesta. De las primeras a las que yo asistía en esa nueva época de mi vida, como adulto de recién estreno. Lo importante era que yo ya era grande. A esas fiestas íbamos todos los cuates, arregladitos como niños buenos, bien perfumados, bien peinados y con aires de galanes. Había que ligar a todas las chamacas posibles y principalmente a las más bonitas, las más convenientes.

Era una nueva etapa. Salíamos a bailar y cuando terminaba la música no sabíamos qué hacer. Todos se alejaban un poco de sus parejas y se quedaban parados uno frente al otro, sin saber qué hacer con la mirada. ¿Hacia dónde dirigirla? Hacia todos lados, menos a tu pareja, porque de hacerlo ¿qué hacer? ¿Sonreír y ya? Pero eso no se debía repetir muy seguido, porque te delataba.

Es decir, tu pareja de baile podía pensar que te morías por ella. Eso, si era falso, era incómodo, y si era cierto, peor, ya que ella podría manejar la situación y tú quedabas como el arrastrado. Así que mejor fingir demencia, prender un cigarro sin ganas de fumar, saludar a algún fantasma de por ahí, o lo que sea.


Los más avispados o experimentados miraban de frente a su pareja de baile y abrían tremenda plática: ¿Cómo te llamas? ¿dónde estudias? ¿te gusta el cine? ¿te gusta la música?, ¿te gusta algún deporte? ¿dónde vives?, etcétera... y todo para terminar hablándoles de futbol, futbol y futbol.

Yo era más retraído. No me gustaba el rito de las preguntas clásicas, sentía que era demasiado forzado y tonto. Tampoco me gustaba ahogarlas hablándoles de futbol. Era como si ellas nos platicaran de pinturas de uñas, rimel o telenovelas.

Se trataba de un encuentro entre dos mundos desconocidos y muy separados, muy a parte. No era conveniente encerrarse en ninguno, era necesario tratar de unirlos. Eso te hacía interesante porque salías de la ordinaria y mediocre plática, y eso en sí mismo le gustaba mucho a las mujeres y te daba buenos puntos ante ellas.

Como dije, en una de estas fiestas la encontré. Nos saludamos de manera seca, como siempre. Ella estaba más bonita que todas las anteriores veces (juntas) que la había visto. Quedé emocionado sólo con pensar que haría el intento de ligar con ella. Necesité varios minutos de autopreparación psicológica para quedar dispuesto a intentarlo. Serio, con valor y todo lo demás.

Después de esperar un rato y suponer que por fin había llegado el momento oportuno, caminé cerca de donde estaba. Ella estaba ahí, con sus amigas y con su rostro sin expresión. Me dí cuenta de que no estaba listo. La emoción crecía galopante, y yo quedaba como atontado. Me quedé parado como estúpido, me sentí ridículo en veloz aumento y sentí también que me estaba jugando todo mi poco prestigio de galán.



Envuelto en esa tempestuosa disyuntiva y casi sin poder pronunciar palabra alguna, me acerqué a ella y por fin me salio:

-¿Bailas?
Se me quedó mirando unos instantes que parecieron horas. Luego brotó una generosa sonrisa de sus labios y me dijo:

-No.
Fue un golpe rotundo a mi fortaleza. Creo que no alcancé a decir nada. Quedé pasmado y me retiré como pude. Me fui mareado, madreado y arrastrándome para protegerme a la trinchera de los machos, es decir, con la bola de cuates. Me sentía frustrado y herido. Llegué con ellos y me metí en una conversación que desconocía. Algo tenía qué hacer para ocultar mi penosa derrota.

Más tarde, cuando estaba dando vueltas con uno de mis amigos, nos quedamos parados viendo a unas chavas. Los dos en silencio y de vez en vez nos hacíamos comentarios.

- Esa es la chava de la otra vez, amiga de menganita...
- Sí. Está requetebién. Y su amiguita, la del vestido azul, no se queda atrás...
Veía a otras, pero seguía pensando en ella. Me decía a mí mismo: "!Oh, no lo tomes tan en serio¡”. Y comenzaba a prepararme para otra oportunidad, negándole importancia a lo ocurrido y a ella: "Total, ni está tan buena" o "no era tan conveniente", etc.

En eso sucedió algo asombroso. Un grupo de chavas venía caminando en dirección nuestra. No las había visto. Cuando me dí a ya estaban a dos pasos de nosotros. Miré de reojo y ahí estaba ella viéndome y sonriéndome de una manera espectacular. Hice, creo, cara de estúpido, le sonreí y voltee para otro lado.

No podía quedármele viendo, no podía, por mi prestigio. No es conveniente hacer demostraciones de interés tan seguidas. Es más, es mejor no hacerlas hasta que haya cierta seguridad, pues si no, la chava se cree y habla de ti como del pendejo que se muere por ella.

Ella seguía sonriendo afablemente. Miré de nuevo y volvió a hacerlo. Me puse nervioso, no tenía explicación para la sonrisa. Aparenté total tranquilidad y hasta cierto desinterés y seguí hablando. Apenas podía sostener la conversación con mi cuate sin ser incoherente.



Entonces escuché mi nombre. Voltee muy sorprendido, pero con cara de "aquí no pasa nada". Era ella. Nos sonreímos y luego abrió una circunstancial pero abundante conversación en la cual yo participaba diciendo: sí y me reía. Me pidió un cigarro y luego me presentó a sus amigas. Todas simpáticas me sonrieron y dijeron sus nombres, mismos que simplemente no registré en mi cabeza. Mi amigo me acordó que él también existía y entonces lo presenté con ellas.

No sabíamos qué platicar entre todos. Nada más nos mirábamos y sonreíamos. Yo no pude hacer otra cosa más que retomar la plática con ella, con el riesgo y la seguridad conveniente de que nos marginábamos de los demás. De pronto, las amigas, menos una, dijeron “ahora volvemos" y se fueron. Yo me dije: "¡Oh, gracias a Dios, el destino me favorece!". "¡Ahora es cuando!".

No tuve que prepararme, ni nada. Ya estaba preparado desde hacía rato. En la primera pausa de la plática le dije:

- ¿Vamos a bailar?
- Vamos. Me contestó con una sonrisa jovial.

Estaba feliz. La había ligado.

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