Por Estefanía Vera González
El día 23 de marzo del año en curso asistí, en compañía de la mayoría de mis compañeros de clase y otros alumnos de la Preparatoria de la Escuela Modelo, a una obra de teatro en la Universidad Modelo. El nombre de la obra de teatro es “Mestiza Power”. Al finalizar la representación, una de las actrices, Conchi León, se dirigió al público reclamando que el éste había silbado y abucheado y dijo que había pensando en suspender la representación. Se nos pidió que escribiéramos un párrafo con nuestro punto de vista acerca del suceso.
En mi opinión, creo que fue un sobredimensionamiento, por parte de la actriz, el asunto de los silbidos y abucheos de los alumnos. Desde mi lugar solamente alcancé a escuchar uno que otro silbido y casi ningún abucheo. No comprendo el motivo de magnificarlos.
Por otra parte, creo que la reclamación estuvo completamente fuera de lugar. Desde mi punto de vista, fueron inmerecidas para los artistas esas expresiones de desagrado de algunos de los alumnos ya que la obra me pareció buena y divertida en términos generales, y bien representada. Sin embargo, el público tiene todo el derecho de expresar su agrado o desagrado. Debemos de considerar que cualquier actor o actriz, desde el momento que se sube a un escenario, sabe que está expuesto a recibir la aprobación o el rechazo de los asistentes, los aplausos o los abucheos. Y lo anterior vale no solamente para las personas mencionadas, si no para cualquier figura pública. Prueba de lo anterior es la rechifla que tuvo que soportar la gobernadora del estado, Ivone Ortega Pacheco, en una función de boxeo. Y si ella hubiera reclamado, no dudo que la rechifla hubiese aumentado en intensidad y duración. En el caso que nos ocupa, cuando menos hay que agradecer tuvieron el respeto suficiente (o sería temor) para quedarse en silencio.
Entiendo la posición de los alumnos que expresaron su disgusto de esa manera y supongo que tal vez estaban manifestando su desagrado contra el hecho de que nos obligaron a asistir a dicho espectáculo. Tenemos que entender que el consumidor tiene todo el derecho de adquirir o no un determinado producto o servicio. La información que recibimos cuando preguntamos la razón de la obligatoriedad fue que eran indicaciones de la dirección (supongo que quisieron decir el director). No creo que en un país en donde se supone que existen y se respetan las libertades individuales, nadie deba tener la facultad para obligar a otro(s) a comprarle su producto o servicio. Desde luego que tuvimos que aceptar, pagar y asistir a la obra ya que como es habitual siempre existe la amenaza, velada o explícita, de sufrir alguna represalia (disminución de calificaciones, por ejemplo). A eso se le llama autoritarismo. Dicho lo anterior, es comprensible que no estén a gusto las personas obligadas y entonces no tengan la objetividad para juzgar el desempeño de los artistas.
Además, no comprendo la actitud de reclamar. Como mencioné anteriormente, creo que los artistas deben saber aceptar los elogios y las desaprobaciones. Mucho menos entiendo el amenazar con suspender la obra. Según nos informaron, los actores cobraron sus honorarios, los espectadores pagamos por el derecho de ver una obra teatral completa. Y alguien que cobra y no realiza lo convenido por dicho pago, comete fraude.
En conclusión, me parece que las expresiones de rechazo a los artistas fueron inmerecidas. Las reclamaciones se debieron hacer a la o las personas indicadas, pero también entiendo que quienes hicieron el rechazo debieron haberse sentido impotentes ante el autoritarismo y encontraron de esa forma una vía de escape.
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